miércoles, 4 de mayo de 2011

papa Juan Pablo II

Juan Pablo II suprimió la figura del Abogado del Diablo, que imponía rigor en las causas abiertas, revisaba a fondo las virtudes y los defectos de los aspirantes y ponía sordina, siempre que podía, a la riada de milagros que la credulidad popular suele atribuir a un santo varón nada más morirse. Una demostración de la relajación del sistema de beatificaciones y canonizaciones es que el propio Juan Pablo II hizo durante su reinado tantos beatos y santos como todos sus predecesores juntos.

Para quien crea en prodigios en una iglesia cuyo fundador los hacía a menudo, quede constancia de que el primer milagro del papa Sarto también fue, como con Juan Pablo II, la repentina curación de una monja, Marie-Frangoise Deperras, que tenía cáncer del hueso y fue curada el 7 de diciembre de 1928 durante una novena en la que una reliquia de Pío X fue puesta en su pecho. Beatificado en 1952 por Pío XII, y canonizado dos años más tarde, los restos incorruptos de Pío X están enterrados bajo el altar de la capilla de la Presentación, en la basílica del san Pedro. En su epitafio se lee: “Su tiara estaba formada por tres coronas: pobreza, humildad y bondad”.

La bondad de los papas es siempre opinable, sobre todo en una época en que la inquisición trabajó a fondo contra las tendencias modernistas en los campos de los estudios bíblicos y la teología. Más dudosas son sus virtudes de pobreza y humildad desde que acceden al cargo pontifical, uno de los que exhiben más pomposidad y parafernalia en todo el mundo. Tampoco el papa polaco se distinguió por su misericordia con los que consideraba errores de su tiempo.

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